28 de julio de 2009

APOCALIPISIS, DENTRO DE UN RATO.

TERMINATOR 4 (TERMINATOR SALVATION, 2008)
Dir: McG.

Algunas reflexiones alrededor y sobre Terminator 4. Si el tiempo nos acompaña, reincidiremos con una segunda parte.

Así como el Aliens cameroniano era la expansión física y material del monstruo único que daba nombre a la saga, que de singular pasaba a ser legión como el nombre que menta, aquí el singular Terminator se transforma en una multiplicidad de monstruos a cual más inquietante. No es el menor de los aciertos del filme, plantear esta omnipresencia de lo monstruoso maquinal que cubre todos los elementos: aire, tierra, agua y por supuesto fuego, al que las máquinas son inmunes, último bastión de su inhumanidad a la que ningún fuego purificador puede tocar, ningún Torquemada liberar, corregir o castigar. En su avatar acuático, los terminators combinan la brutalidad incansable de una máquina al espíritu avieso de un caimán y un tiburón, magistralmente resuelto desde lo icónico, donde lo demoníaco de una máquina está basado en el ancestral temor a los sub-humano por excelencia: los reptiles.


En este capítulo de la saga, John Connor (J.C. recuérdese, igual que su creador James Cameron) el futuro salvador y guía de la humanidad posapocalíptica, asume por vez primera y completamente su ser heroico de raigambre militar, volviendo tensión (poniendo esta ficción el dedo en la llaga como pocas veces) la siempre problemática relación entre las funciones sacerdotal y guerrera que señalara como centro de la constitución de Occidente, Georges Dumézil.
Así John Connor es un soldado subordinado militarmente a una cúpula (interracial, “global”) que está cayendo en el mero pragmatismo o que no tiene herramientas, digamos míticas, (o mejor digamos “teológicas”) con las cuales enfrentar a las máquinas. Como consecuencia de un uso unilateral de la inteligencia, son derrotados por las máquinas, cuya “inteligencia” es superior en sentido mecánico cuantitativo. Por lo cual el héroe, deberá recurrir a sus reservas teológicas y reactualizar su naturaleza crística (J.C) para vencer a las máquinas, que no tienen parámetro alguno para medir este factor, diremos “espiritual”. Nos explicaremos: John Connor se sabe desde siempre destinado proféticamente a ser el líder y salvador de la humanidad toda, pero debe lidiar con su naturaleza humana y aún con su naturaleza particular de guerrero, camino en el cual puede recaer cíclicamente en su “destino” (Dumézil nuevamente), es decir su hybris, creerse autónomo. Esto es corregido cuando decide sacrificarse, correr un riesgo absurdo en un pacto con una máquina que se cree humana, el inefable Marcus (tal vez el más impactante personaje de toda la saga Terminator), poniendo en riesgo la salvación de la Humanidad por “salvar” el ser inferior que es Marcus, así como JC entregó su vida por el Hombre, ser también escindido entre una naturaleza caída y una aspiración a la plenitud de lo trascendente. Así in extremis Marcus, reconocerá la preeminencia de la naturaleza de John Connor y se sacrificará en tanto humano para salvar al salvador de los humanos. Y lo hará donando justamente su corazón, centro espiritual, en este caso y paradojalmente “mejorado” por las máquinas.


Con esta entrega el universo Terminator incorpora autoconscientemente a los antecesores de la saga y aún a sus exegetas posteriores. Así encontramos citas puntuales a los viejos y buenos Mad Max (la salvaje niña muda) y a V, invasión extraterrestre (Michael Ironside), así como guiños a los hermanos Waschowski cuyo Matrix tiene más que evidentes deudas con la creación cameroniana. (1)


A la manera de la Ripley del Aliens cameroniano, que despertaba para comprobar dolorosamente que la hija que dejara con 5 años, había fallecido de cáncer a los 80 años, en este absurdo dolor al que las paradojas temporales que debe sufrir el Héroe, aquí también John Connor asiste brillantemente a la iniciación de su propio padre, el aún adolescente Kyle Reese. En una resolución si no nos equivocamos jamás plasmada ficcionalmente, John Connor es la figura mítica que impulsa a su futuro padre Kyle, a ser un valiente soldado, en haras de conseguir un emblema de su coraje, que finalmente le será dado por su hijo. Y en este doble reconocimiento especular, nuestro Héroe se verá enfrentado al descubrimiento de que lo que heredará de su padre es este valor que el mismo ha ayudado a convertir de virtualidad en acto…


Este Terminator pone también en entredicho, como casi todo el cine de este tibio arranque de siglo, la noción de auteur. Como no sentir la tentación de deslindar méritos en este capítulo entre el director (menguados), los guionistas, el responsable de los efectos visuales y el mismo Christian Bale, tal vez el único actor de su generación con estatus icónico propio (ver su recreación de Batman y su desdoblada composición en The Prestige, aunque ahí caramba! se topa con uno de los pocos autores que ha dado toda una generación, Chritopher Nolan…)


Notas

(1) Prometemos aquí un futuro estudio sobre el impacto de la obra de Cameron en sus contemporáneos y seguidores. Vg. los citados Waschowski en Matrix, Rob Cohen en Daylight y aún en viejos maestros como de Palma, ¿o es que aún queda alguien que crea que es una “casualidad” que en la obra del buen Brian haya ocurrido algo llamado “Mission to Mars”?

No hay comentarios: